Matemáticas tramposas y el multiplicador fiscal

Ahora que la política fiscal está de nuevo en el foco de atención, su álter ego, el multiplicador fiscal, está también reapareciendo en escena. El concepto es simple a la par que elegante: un aumento del gasto público (para los keynesianos) o un recorte de impuestos (para los economistas centrados en la oferta) puede tener un efector multiplicador en la actividad económica – de ahí su nombre – a través de la circulación de dinero en la economía.

Por simple que parezca, el concepto es uno de los más disputados en economía, delimitando el frente de una guerra ideológica. Dependiendo de la afiliación de cada cual, los efectos del multiplicador pueden ir desde una virtuosa multiplicación de la actividad económica hasta una inútil pérdida de dinero público que sólo sirve para ahuyentar la inversión privada y aumentar la deuda pública.

El debate actual produce una sensación de déjà vu. Durante los primeros días de la administración Obama, tras el colapso de Lehman, Estados Unidos promulgó la Ley de Recuperación y Reinversión (ARRA, por sus siglas en inglés), un paquete de estímulo que representó casi el 6% del PIB. Los republicanos se opusieron ferozmente, promulgando después a la Ley de Control Presupuestaria como muro de contención, y causando las dos crisis del techo de la deuda que siguieron. Ahora han cambiado las tornas. Los republicanos son Keynesianos convertidos, y Larry Summers, el cerebro detrás de ARRA (y un prominente neo-keynesiano), está desacreditando las políticas económicas de Trump como un «chute de glucosa» para los mercados financieros.

Para arrojar algo de luz, basta con unos simples cálculos matemáticos. Suponiendo un tipo impositivo fijo del 33%, un estímulo del 1% requeriría un multiplicador de 3,0 para alcanzar el equilibrio, sustancialmente más alto que la mayoría de las estimaciones empíricas (de 0,5 a 2,0). Si los impuestos recaudados no recuperan la inversión, el déficit fiscal aumenta, y con ello la deuda pública. A modo de ejemplo, durante los años de Reagan, el déficit fiscal promedió aproximadamente el 4% del PIB y la deuda/PIB se duplicó del 30% al 60%. Aritméticamente hablando, un recorte impositivo precisa de más tiempo para rendir, ya que reduce la base de ingresos para la actividad existente y nueva en los años siguientes. ¡En igualdad de condiciones, para que un recorte de impuestos del 5% se pueda recuperar en 10 años, la tasa de crecimiento necesita aumentar del 2% al 5%!

Si el crecimiento pudiera ser impulsado tan fácilmente, podríamos haber descubierto un «perpetuum móvil» económico. En realidad, este milagro rara vez ocurre. Un ejemplo es cuando surge un nuevo bien público, con grandes retornos sociales asociados – basta pensar en las autopistas, la red eléctrica o la escuela pública. Alternativamente, desde una perspectiva de costo de oportunidad, evitar una grave recesión económica que perjudique el crecimiento futuro de la economía debido a «efectos de histéresis» también puede requerir un estímulo fiscal.

La situación actual apenas se asemeja a ninguna de ellas y es dudoso que invertir en infraestructura (por no decir la construcción de muros) o en un nuevo código tributario sea capaz de elevar la tasa de crecimiento potencial de la economía estadounidense al 4% prometido por Sr. Trump. La triste verdad del multiplicador es que se viene a usar más bien como una coartada intelectual para gastar hoy a expensas de las generaciones futuras. En este sentido, la idea de emitir bonos a 100 años avanzada por el nuevo Secretario del Tesoro proporciona algunas pistas sobre las intenciones de la nueva administración.

Keynes afirmó que podría llegar a tener sentido enterrar dinero en botellas, para que la sociedad se beneficiase de la actividad económica generada por su excavación*. Se olvidó de mencionar sin embargo que para ello se necesita tener un cómplice en el banco central, que compre los bonos del tesoro o suprima las tasas de interés. Esta fue una práctica común en sus días que, como la deuda pública sigua aumentando, puede volver estar de moda.

 

Fernando de Frutos, Director de Asesoría y Gestión en MWM

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* John Maynard Keynes, Teoría general del empleo interés y dinero, Capítulo 10: La propensión marginal del consumo y el multiplicador: «Si el Tesoro llenara botellas viejas con billetes, y las enterrara a profundidades adecuadas en minas de carbón en desuso que luego se llenaran hasta la superficie con la basura de la ciudad, y dejara en manos de la empresa privada bajo los bien principios probados de laissez-faire que excavara de nuevo el dinero (el derecho a hacerlo obtenido, por supuesto, mediante la licitación de los arrendamientos del territorio conteniendo el dinero), no tendría que haber más desempleo y, con la ayuda de las repercusiones, los ingresos reales de la comunidad, y también su riqueza de capital, probablemente sería mucho mayor de lo que realmente es. De hecho, sería más razonable construir casas y similares; pero si hubiera dificultades políticas y prácticas en el camino, lo anterior sería mejor que nada».

 

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